Nos bombardean, nunca mejor dicho, con informaciones sobre el 11-S. Este año es el décimo aniversario de lo que los medios de comunicación han catalogado como la fecha que cambió el curso de la historia. La verdad es que me gustaría estar aquí dentro de cien o doscientos años para ver como ha cambiado todo esto, pero bueno eso sé que no va a poder ser.
Se preguntan y nos preguntan que es lo que estábamos haciendo en ese día tan señalado. Yo me acuerdo perfectamente, estaba en el piso que compartía con mi hermana, una chica había venido a verlo para vivir con nosotras. No sé porque pero mi hermano que no vivía con nosotras también estaba allí. Recuerdo estar pegada al televisor, sentada en el sofá con aquella funda roja que mi madre había realizado. Recuerdo ver periódicos de edición de tarde. Recuerdo como ponían una y otra vez la imagen de la primera torre cayendo y como la presentadora del informativo nos informaba que lo que estábamos viendo en aquellos momentos, no era una repetición, la segunda torre estaba cayendo, allí frente a mi y a miles o millones de espectadores. Si señores, miles de personas muriendo frente a nuestros ojos, todo retransmitido en absoluto directo.
Recordar esa fecha me trae a la mente, la otra: la fecha del mayor atentado en España. Recuerdo perfectamente donde estaba ese aciago día. Era mi segundo día en un instituto de Madrid, el día anterior había llegado un poco tarde ( nunca termine de controlar los tiempos) y ese día había decido que no llegaría tarde, sin embargo no conseguí ir bien de tiempo. Otra vez llegaba tarde. Como todas las mañanas me dirigí al tren, al cercanías que me llevaba al trabajo. El tren paró en Villaverde, creo que fue en el Alto. Lo primero que pensé: ya vuelvo a llegar tarde otra vez. De pronto alguien comentó que había sucedido algo en Atocha. Mi teléfono sonó una primera vez: mi madre y mi hermana para preguntarme. Mi voz fue un alivio para la voz casi rota de mi madre. Me explicarón que había habido un atentado en Atocha. Yo les dije que yo estaba bien. Al rato el tren comenzó a andar, pero solo salimos de los andenes. Nos paramos fuera de ellos y tuvimos que saltar para bajar el tren. Una vez allí comenzó mi peregrinar hasta llegar al instituto. Una llamada de mis compañeras de piso, para verificar donde estaba. Alguno que otro amigo, para preguntarme cual era mi situación. Realmente no sé como consegui llegar al instituto, mas o menos para después del recreo. Dí mis clases de matemáticas, y como pude volví al que era mi hogar en aquellos días. Vi el televisor y fui consciente de lo que había ocurrido.
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